viernes, 6 de septiembre de 2013

Gino & Bess: Acto I, Escena I

La mañana despuntó particularmente temprano. La noche murió a las seis y para las menos cuarto su velo acababa de ser retirado. Hacia las siete, la luz ya alcanzaba a pasar la persiana mal cerrada del cuarto de Gino y arañarle el rostro a través de las sábanas.
Tenía el cuerpo entero cubierto en sudor. En cualquier otra ocasión podría habérselo achacado a una pesadilla, pero no había habido interrupción alguna entre la noche del 9 y la mañana del 10. En lo que iba de sus vacaciones, sus sueños habían sido mayormente (pacíficos) suaves, calmantes. A veces se aparecía el hongo, pero su brillo era opaco; era simplemente un champiñón plateado, sin la menor de las importancias e incapaz de destacarse en medio de otros delirios infinitamente más llamativos. Claro que en la tierra de los sueños lo más extraño se le hacía lo más común y lo que (hasta dejarse llevar por la almohada) le era familiar se le antojaba entonces radicalmente diferente —cosas distantes repentinamente conciliaban en aquel terreno casi astral.
Había soñado con La Vie en Rose, pero no podía estar seguro de que María lo hubiese acompañado. Confiaba en que sus pasos certeros eran los que habían guiado a los suyos —tanto más torpes—, pero la chica que tenía frente a sí lo miraba con ojos que no eran los suyos; no era esmeralda, sino ámbar lo que los reflectores hacían brillar en el estudio de filmación en su cabeza. Las cintas de technicolor evanescente se habían proyectado una y otra y otra vez, en un encore que no acababa de concluir antes de volver a comenzar —como la canción reincidente de un disco rayado. Y justo antes de despertar —con el sudor le cayéndole en picada desde la frente hacia los ojos— la película se incendió. La vista nublada, escudada con una mano torpe y entumecida, intentó atrapar ese sueño que ardía con la llegada de la consciencia.
Gino se sentó en la cama y miró a su alrededor. ¿Dónde había quedado la frescura de sus mañanas de invierno? Se quitó la remera que le hacía las veces de pijama, estremeciéndose ante el contacto húmedo. Consultó el reloj de la mesita de luz. Era demasiado (caluroso) temprano como para (respirar) levantarse. Se secó el sudor del pecho con el edredón y comenzó a juntar la voluntad para levantarse. Sentía un peso muerto sobre él, un cansancio que no había experimentado desde que (una vida atrás) había dejado la ciudad. ¿Tendría fiebre? Eso explicaría la violenta transpiración, ¿pero no se suponía que debía tener frío? Frunció el entrecejo, preparándose para moverse. ¿O (temprano para pensar) calor?
Tuvo que sacarse las medias antes de bajar de la cama; el cuerpo le ardía tanto como la mente al intentar evocar los parajes que había viajado en sueños. Se quitó el pelo de la frente y se acercó al placard. La habitación estaba lo suficientemente oscura como para que su vista pudiera estar tranquila, e iluminada como para que encontrara lo que buscaba. Había olvidado una camisa allí hacía dos veranos y, con un poco de suerte, quizá todavía le entrara. Por orgullo, se obligó a no intentar cerrarla.
Con su pancita incipiente (desbordando) resbalándose apenas del jogging agujereado, se dirigió a la ventana. Descorrió la persiana y (de) lentamente (a cachos) fue bañado por la luz de un sol que no podía ser invernal. Su habitación daba al camino de la entrada a la granja, un sendero de tierra ahora remarcado por las ruedas del equipo de Animal World. Entre bostezos, se dijo que el día anterior, a aquella misma hora, los arbustos que lo cercaban se habrían estado agitando al viento. Sacó la cabeza fuera y comprobó que, efectivamente, el aire se había detenido. ¿Tenía algo que ver la presión? Seguramente sí, pero estaba demasiado dormido como para pensar con claridad. Acabó de sacar el cuerpo fuera y, con un suspiro de calma que sólo Dios sabía hace cuánto no liberaba, echó a volar el flequillo aún mojado y se sentó en el marco de la ventana a respirar aquel providencial oasis.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Des-Discontinuación

Los hiatus se hacen cada vez más extensos y cuando se interrumpen es un golpe a los ojos de largo, pero encontré finalmente la solución: capítulos más cortos, sagas más largas.

A partir de ahora empieza una nueva secuencia, enlazada con canciones del musical/ópera popular Porgy & Bess, de la dupla Gershwin. La trama estará divida en dos actos con dos canciones en cada uno—, divididos a su vez en varias escenas, que constituirán las entradas que se van a ir publicando de ahora en más.

A partir del viernes, una escena por semana hasta que volvamos a esos inevitables hiatus.

Un saludo a los lectores y si es que efectivamente existen ¡por este medio les mendigo por comentarios!